El programa SETI y las probabilidades de que haya alguien ahí fuera

Radiotelescopios
La idea de la posible existencia de vida en otros mundos no es actual. Ya en la antigua Grecia, filósofos como Metrodoro de Quíos consideraban absurdo creer que la Tierra era el único mundo habitado en la infinitud del Universo. También el poeta latino Lucrecio defendía la idea de que había innumerables mundos poblados por seres vivos (en su obra De rerum natura). Sin embargo, y al igual que ocurrió con otras discusiones filosóficas, fue la escuela de Aristóteles la que se mantuvo dominante. En la Europa medieval la filosofía aristotélica fue adoptada por la Iglesia, al casar perfectamente las ideas geocéntricas con los dogmas religiosos.

No fue hasta el Renacimiento cuando se volvió a cuestionar la posición privilegiada de los humanos y la Tierra en el Universo. Gracias a que algunos filósofos se atrevieron a contradecir lo establecido en la doctrina cristiana (porque no cuadraba con lo que observaban en la naturaleza), surgió de nuevo la pregunta sobre la existencia de otros mundos habitados por seres inteligentes. Giordano Bruno fue uno de los que osaron plantear la infinitud del Universo, con el Sol como una estrella más entre infinitas que bien podrían estar habitadas por otros seres. Eso dicho hoy no nos sorprende ni escandaliza, pero en el siglo XVI la situación era muy diferente, pues si ya era herética la idea de una Tierra orbitando alrededor del Sol, afirmar la existencia de otros planetas con otros seres era tirar por los suelos la validez de todo el sistema teológico y filosófico de las religiones oficiales, tanto católica como luterana o calvinista. Por eso este visionario acabó en la hoguera en el año 1600, pues -al contrario que Galileo- se reafirmó en sus ideas ante el tribunal que lo juzgaba.

Al tiempo que la Astronomía se configuraba como ciencia, separándose de la religión y otras disciplinas, las evidencias aportadas por la observación consolidaron la teoría heliocéntrica, que acabó plenamente aceptada. En el siglo XIX y principios del XX se desentrañaron muchas cuestiones relativas al Sistema Solar y la Vía Láctea, y los astrónomos observaron nebulosas que luego resultaron ser otras galaxias similares a la nuestra. Después de haber desplazado a la Tierra del centro del Sistema Solar, se comprobó que ni siquiera el Sol era el centro de nada, sino que estaba en la periferia de una galaxia que además es una entre millones. En un Universo con cantidades ingentes de galaxias y estrellas inevitablemente vuelve a surgir la pregunta de si existen otros mundos habitados. A esta cuestión pretende responder la bioastronomía.


Gracias a los avances en los medios de investigación y los estímulos de los nuevos conocimientos astronómicos, surgió la bioastronomía con el objetivo de buscar vida inteligente fuera de la Tierra. La bioastronomía está muy ligada a la exobiología, que estudia las posibilidades y condiciones de la vida en ambientes distintos al terrestre, y fue reconocida oficialmente como disciplina en 1982 con la constitución por parte de la Unión Astronómica Internacional de una comisión con el objetivo de estudiar y aplicar los métodos más adecuados para buscar vida inteligente en el cosmos, naciendo así el proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence). 

Desde entonces han sido puestos al servicio del SETI una red de radiotelescopios que dedican parte de su costoso tiempo a captar señales de radio y microondas extraterrestres, que posteriormente se procesan para intentar identificar patrones que pudieran indicar un origen artificial no terrestre. Este proyecto ha originado controversia desde el principio, pues ¿hay probabilidades de encontrar algo que justifique el gasto de dinero y recursos? Es necesario por tanto que el proyecto descanse sobre bases científicas sólidas y que ofrezca una mínima posibilidad de tener éxito.

La fórmula de Drake

Unos de los astrónomos pioneros en este campo fue Frank Drake, que elaboró una fórmula para calcular la cantidad de civilizaciones tecnológicas que puede haber en nuestra galaxia, y de este modo tener una aproximación a las probabilidades de recibir señales de alguna capaz de emitirlas. Es la conocida como fórmula de Drake: 


Donde "N" sería el número de civilizaciones capaces de emitir señales de radio (y por tanto detectables); "R" el ritmo anual de formación de estrellas tipo Sol (que tengan una vida suficientemente larga y que sean relativamente estables); "fp" la fracción de estrellas que tienen planetas; "ne" el número de esas estrellas que tienen planetas en la zona habitable (el intervalo de distancia a la estrella en el que podría existir el agua líquida); "fl" la fracción de esos planetas donde la vida se ha desarrollado; "fi" la fracción de los últimos donde además se ha desarrollado vida inteligente; "fc" es la fracción en la que además esta vida inteligente ha desarrollado tecnología que le permita comunicarse por ondas electromagnéticas; y "L" es la vida de una civilización en años. Como se puede intuir, la mayoría de estos factores no tienen un valor claro, y su estimación es muy difícil y variable según el grado de "optimismo" con el que se haga el cálculo. 

El ritmo de formación de estrellas tipo Sol en la Vía Láctea es el único que se ha estimado de forma más o menos precisa a partir de las observaciones, y se le da actualmente un valor de 7 estrellas al año. A partir de las detecciones de planetas en otras estrellas tipo Sol, se cree que la tercera parte podría tener planetas. Y de esta parte sólo 1 de cada 200 estaría en la zona habitable (aunque esta cifra seguro que se puede revisar después de los datos que aporte el telescopio espacial Kepler, destinado a la detección de planetas tipo terrestre). Hasta aquí la estimación del valor de los factores puede considerarse más o menos objetiva, basada en observaciones, pero los siguientes son los que más se prestan a la especulación.

Se cree que con las condiciones adecuadas y la existencia de agua, puede ser relativamente frecuente la formación de vida unicelular y microscópica. Otra cosa es que se den unas condiciones favorables durante el tiempo suficiente para que ésta evolucione a formas más complejas. El valor más aceptado hoy es del 13% de los planetas en zona habitable. Y si ya hablamos de vida inteligente y tecnológica la cosa se pone más difícil, pues en nuestro caso se han requerido 3.700 millones de años de evolución para llegar a ella. Y la vida media de una civilización es un valor también muy discutido, proponiéndose cifras que van desde los 400 años a los tan sólo 100 según la teoría de Olduvai. Sobre todo son los tres últimos factores los más controvertidos. 

Las soluciones a esta ecuación son variadas. Desde la más optimista de Drake, que obtuvo un valor de 10 civilizaciones detectables al año, a las más pesimistas (basadas en la teoría de Olduvai) que aportan una cifra de 0,000000000805908 posibles civilizaciones detectadas al año, lo que implicaría que en nuestra galaxia sólo habrían existido de 2 a 3 civilizaciones tecnológicas en 7.500 millones de años, y separadas por al menos 2.000 años luz. No obstante, aún con el cálculo más pesimista, aplicándolo a la totalidad del Universo observable se obtiene que existirían 282 civilizaciones tecnológicas al año que podrían estar emitiendo algún tipo de señal. Ahora bien, teniendo en cuenta que las distancias intergalácticas son del orden de millones de años luz, y que la vida media de una civilización se estima relativamente corta, sería difícil detectar una señal de alguna civilización extragaláctica que aún existiera en el momento de recibirla nosotros.

La paradoja de Fermi

Como reflexión sobre las primeras estimaciones muy optimistas de la ecuación de Drake, que decían que podría existir un importante número de civilizaciones avanzadas en la Galaxia, el físico Enrico Fermi planteó una paradoja que más o menos viene a decir: "si existen tantas civilizaciones tecnológicas en la galaxia, ¿dónde están? ¿por qué no hemos detectado señales, ni encontrado sondas, ni algo que pudiera indicarnos que existen o han existido?" Esto nos lleva a cuestionar las primeras soluciones dadas a la ecuación de Drake y plantearnos si no se habrán dado otras circunstancias muy especiales (no consideradas en la fórmula) que hacen de la Tierra un planeta "raro". Por ejemplo:
  • La órbita del Sistema Solar en la Vía Láctea, relativamente circular y a suficiente distancia del núcleo galáctico, manteniéndose durante cientos de millones de años nuestro sistema lejos de zonas donde se producen fenómenos que emiten grandes cantidades de radiación gamma, rayos X y rayos cósmicos, que son muy perjudiciales para el desarrollo de la vida pluricelular.
  • La existencia de la Luna, un satélite anómalo para un planeta como la Tierra, pero gracias al cual nuestro eje de rotación permanece relativamente estable. Si la Luna no existiera la inclinación de nuestro eje experimentaría cambios drásticos, que originarían un clima global caótico con el que difícilmente se podría desarrollar vida superior. La hipótesis más aceptada sobre el origen de la Luna es que ésta se formó tras la colisión de un cuerpo del tamaño de Marte con la Tierra hace 4.500 millones de años, pero en un ángulo muy extraño, "de chafilón" diríamos, que no implicó la destrucción total de la Tierra, sino la formación de un gran satélite a partir de los "escombros" del cataclismo. Una colisión de estas características es muy rara.
  • La existencia de un planeta tipo Júpiter, que evita que muchos cuerpos menores y cometas se precipiten hacia el Sistema Solar interno. Las colisiones de meteoritos ocurridas en la historia geológica provocaron cambios drásticos en el clima global y llevaron aparejadas extinciones masivas, de las que la biosfera terrestre se ha ido recuperando gracias a que su frecuencia es relativamente baja. Una frecuencia mayor de colisiones inhibiría la evolución hacia formas de vida avanzadas. 
Estas son tres de las muchas circunstancias que exponen los defensores de la hipótesis de la "Tierra Especial" en respuesta a la paradoja de Fermi.

Existen otras respuestas a la paradoja de Fermi, algunas coherentes y otras que entran el campo especulativo de la ciencia ficción.

A pesar de la incertidumbre que hay sobre las posibilidades de éxito de la búsqueda de señales procedentes del espacio que apunten a la existencia de una inteligencia, y de que hasta ahora, en los más de 50 años que llevan funcionado estos proyectos, no se ha indentificado nada que lo indique, el SETI sigue a la escucha de algún patrón o anomalía en señales de radio no terrestres. Es tal la cantidad de información que se recoge y el tiempo necesario para su análisis, que en la actualidad cualquier particular o aficionado puede colaborar instalando un programa en su ordenador que analice datos obtenidos por radiotelescopios. Si estáis interesados en poner vuestro granito de arena, llevados por esa poderosa motivación emocional por la que pensamos que no podemos estar solos en la enormidad del Universo, entrad en esta página y poneros a la escucha... ¿quién sabe? lo mismo os lleváis una sorpresa. 



Comentarios

  1. Mato marcianos de forma natural20 de diciembre de 2011, 8:14

    Me paso el día liquidando mosquitos a palmadas y lo mismo son elementos extratarrestres de tamaño XS. Ahora tengo cargo de conciencia porque no sé aplicar esa fórmula tan rara, que uno es de letras...

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  2. Los mosquitos sólo quieren coger una muestra de sangre para hacerte un clon en el planeta Raticulín; tú mátalos y verás lo que tardan en invadir tu alboca :-P

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  3. Yo creo que es cuestión de tiempo el que de fruto,es más,estoy casi seguro que ya tienen resultados de alguna u otra forma,lo que pasa es que no somos militares de una gran superpotencia y si no es así nunca nos lo diran.

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