¿Se producirá una gran tormenta solar?

Aurora boreal vista en Figueres en el año 2001 (Pere Horts)
Últimamente están algunos foros pseudocientíficos como avispero al que han metido un palo. El cacao mental que han liado algunos a partir de un calendario antiguo y una más que dudosa interpretación de un texto deteriorado es de tales proporciones que se pueden contar por miles las publicaciones en cuyo título figure el año en curso. Ahora cuando alguien abre la boca para hablar de los mayas da igual que el "experto" no haya pisado en su vida Yucatán o no tenga la más remota idea de qué es un glifo; lo importante es que una profecía tiene mucho más lustre si se supone hecha por una civilización antigua que por Nostradamus, cuyos intérpretes -dicho sea de paso- fallan más que una escopeta de feria. Y una vez creada la maraña profético-teórica (y mitificados sus supuestos autores hasta el absurdo) toca encajar todo lo que ocurra en el presente en su marco como argumento indiscutible de su certeza. Así que ahora resulta que todo (crisis económica, guerras, problemas políticos, el reggaeton...), absolutamente todo fue predicho por los mayas. También la intensa actividad solar que tenemos por estas fechas.

Para saber que el Sol andará revuelto este año y sobre todo en 2013 (que es cuando se estima que alcanzará el máximo de actividad) no hace falta ser profeta. Aunque el conocimiento sobre la dinámica interna de nuestra estrella aún es escaso, se ha realizado un seguimiento suficiente que permite conocer algo sobre sus ciclos. Éstos no afectan a la cantidad de energía que produce la estrella (que ha sido más o menos constante en los últimos mil millones de años) sino a su complejo magnetismo, que está detrás de las manchas solares, las eyecciones de masa coronal y las protuberancias. Este conjunto de signos se muestran con un ciclo de unos once años en el que la actividad magnética solar (y el número de manchas) va aumentando hasta alcanzar un máximo para luego decrecer nuevamente. No todos los ciclos son exactamente iguales, sino que hay registros de mínimos más prolongados y máximos más destacados que otros. Incluso parece que hay un ciclo mayor de algo más de un siglo en el que los máximos solares van aumentando hasta uno especialmente intenso. En los años de gran actividad son más probables las tormentas solares, eventos resultado de la expulsión puntual de enormes cantidades de partículas y radiación por el Sol que si alcanzan la Tierra perturban la magnetosfera terrestre y acaban afectando a la ionosfera. El efecto más evidente de estas alteraciones es que se pueden contemplar auroras en latitudes más bajas de lo usual.
  
Evolución del número medio de manchas solares desde 1611

La tormenta más intensa de las que se tiene constancia ocurrió a mediados del siglo XIX. El jueves 1 de septiembre de 1859 un astrónomo inglés llamado Richard C. Carrington llevaba unos días estudiando unas grandes manchas solares cuando en una observó un estallido de luz blanca que se desvaneció al cabo de cinco minutos. Primero pensó que se trataba de la caída de un meteorito en el Sol, pero en realidad había observado por primera vez una fulguración. Fue además un acontecimiento excepcional porque raras veces es visible en luz blanca (normalmente sólo se aprecian mediante filtros H-alfa). De hecho diecisiete horas después espectaculares auroras boreales iluminaron el cielo nocturno de toda Norteamérica -incluso en Panamá- hasta el punto de que en algunos lugares se podía leer el periódico en plena noche. Todo el telégrafo entre Europa y Norteamérica dejó de funcionar.



Dibujo realizado por Carrington indicando los puntos donde aparecieron destellos en una mancha solar

La posible explicación a este fenómeno llegó mucho más tarde cuando se desarrollaron la física del plasma y las teorías sobre el campo magnético. Se sabe que estos fenómenos tienen su origen en las turbulencias magnéticas que ocurren cerca de los grandes grupos de manchas solares. Las observaciones indican que cuando un grupo de manchas aumenta velozmente de tamaño la probabilidad de que ocurra una fulguración es mayor. Parece ser que la reconexión de tubos de flujo magnético de polaridad opuesta causa la liberación de grandes cantidades de energía y plasma al espacio. La emisión abarca todo el espectro electromagnético (desde las ondas radio hasta los rayos gamma), tiene una evolución muy rápida y si ocurre en dirección a la Tierra nos puede llegar la primera oleada de radiación en cuestión de 8 minutos, que es seguida posteriormente de una lluvia de protones a velocidades altísimas. Las dos oleadas tienen efectos inmediatos sobre el campo magnético y modifican la ionización y las corrientes eléctricas de las capas más externas de la atmósfera terrestre. Pero la interacción más intensa sucede cuando a la fulguración sigue después una eyección de masa coronal, una poderosa onda de choque formada por radiación y viento solar originada en la Corona y que si alcanza nuestro planeta con determinada orientación puede alterar en gran medida la ionosfera.

Estos cambios en las capas más externas de la atmósfera tienen como primera consecuencia la interrupción de las comunicaciones por radio, pues la ionosfera se vuelve completamente transparente a estas frecuencias y en lugar de ser reflejadas hacia otro punto del planeta -como ocurre normalmente- se pierden en el espacio. Los satélites -que en principio podríamos pensar que se libran al emitir de forma directa en frecuencias más altas- se pueden ver muy afectados por la expansión de la atmósfera hacia el exterior y la mayor irregularidad que adquieren las capas más externas, lo que causa además un aumento de la densidad en órbitas bajas que puede desestabilizar el satélite debido a una mayor fricción. Además el intenso bombardeo de partículas aceleradas a velocidades casi relativistas daña tanto los aparatos electrónicos como los procesos biológicos, motivo por el que las misiones tripuladas deben tener un lugar que ofrezca la máxima protección posible y estar siempre atentas a la información que les llega de satélites de observación solar. Todo lo anterior ocurre a partir de las zonas más externas de la atmósfera, pero cuando el fenómeno es especialmente intenso también se puede notar más cerca. Las corrientes eléctricas ionosféricas pueden inducir campos eléctricos en la superficie afectando a todo aquello que sea un buen conductor: líneas de alta tensión, de teléfono, oleoductos, etc, provocando sobrecargas que pueden originar grandes averías.

Un ejemplo relativamente reciente ocurrió en marzo de 1989, cuando apareció una zona muy activa que evolucionó rápidamente y produjo una intensa fulguración que duró 10 horas (20 veces más de lo que suelen durar). La onda de choque alcanzó la Tierra 50 horas después y continuó en una secuencia sostenida que proporcionó un flujo casi ininterrumpido de protones de alta energía entre el 8 y el 14 de marzo. Se produjeron interferencias incluso en las comunicaciones de los satélites geoestacionarios y el campo magnético sufrió fuertes perturbaciones que llegaron a su cumbre el 10 de marzo con una tormenta geomagnética que causó auroras boreales visibles en latitudes bajas como Florida o el sur de Italia. La noche del día 13 corrientes inducidas de muy baja frecuencia sobrecargaron los transformadores de alta tensión de la central eléctrica canadiense Hydro-Quebec, Montreal, causando apagones de hasta 9 horas que afectaron a seis millones de personas. Y esto pudo ser una minucia comparado con lo acaecido en 1859, salvo que entonces el menor desarrollo tecnológico hizo que pasara en cierto modo desapercibido.

En la actualidad nos encontramos en el ciclo solar número 24, que comenzó con un mínimo profundo que hacía presagiar un ciclo de baja actividad. Incluso la ausencia de manchas solares hizo creer a algunos que podríamos encontrarnos ante el inicio de un nuevo mínimo solar similar al ocurrido hace 400 años. Sin embargo a mediados de 2011 el Sol despertó y fueron apareciendo manchas solares cuyo número ha variado de forma un tanto irregular hasta que a partir de marzo de 2012 se ha hecho evidente una actividad en aumento. El 9 de marzo se produjo una fulguración de gran intensidad y el 6 de julio volvió a darse otra sin que por ahora hayan alcanzado de lleno a la Tierra. La previsión es que en 2013 se alcanzará el máximo de actividad del actual ciclo, que muchos opinan que será más débil que los anteriores. De todos modos hay que tener en cuenta que aunque una fulguración sea más probable que ocurra en picos de actividad, también puede darse en momentos no coincidentes con un máximo, no existiendo aún un sistema de predicción fiable al no conocerse con claridad los mecanismos que las causan.



Por tanto ha de quedar claro que las fulguraciones solares y las tormentas geomagnéticas que originan han ocurrido ya en numerosas ocasiones y forman parte de los ciclos normales del Sol. Desde que se estudia la evolución de las manchas solares se han constatado diversas tormentas solares de gran magnitud, siendo la de 1859 la de mayores proporciones. Ahora bien, sí es cierto que los efectos de un evento como el del siglo XIX en nuestros días tendrían unas consecuencias bastante mayores que entonces por nuestra dependencia de las comunicaciones y la electrónica a nivel global. Para empezar la comunicación por radio se vería interrumpida y muchos satélites se verían afectados, pudiendo incluso los de órbitas más bajas ver su trayectoria alterada; igualmente sus componentes electrónicos podrían ser inutilizados y dejar de funcionar. Así, temporalmente sin GPS ni radio, los aviones y los barcos se verían en serios aprietos para seguir sus rutas de navegación y no sería improbable algún que otro accidente aéreo. En nuestra vida cotidiana las comunicaciones por internet y telefonía móvil se verían dificultadas y en algunas zonas -especialmente en latitudes altas- las sobrecargas provocarían cortes de suministro eléctrico en grandes áreas (incluso en estados enteros). Naturalmente el comercio y las transacciones financieras se paralizarían. ¿Y esto es el Apocalipsis? Puede que sí para un corredor de bolsa, pero no para nosotros. Realmente los efectos de una gran tormenta solar sólo los notaríamos en la superficie terrestre de forma indirecta, por su influencia en las redes eléctricas y de comunicaciones (y las pérdidas económicas asociadas, que no serían pocas). A nosotros no nos llegaría nada de radiación salvo si estuviéramos viajando en avión, caso en el que puede que recibiéramos el equivalente al flujo de una radiografía (que no es pequeño) durante un rato. Claro que todo depende del tiempo que dure el evento y del plazo en el que sean reparadas las averías, que puede ser de horas o días, lo que no se lleva igual en una gran ciudad (muy dependiente de unos servicios centralizados) que en las zonas rurales. No sería la primera vez que un apagón en una urbe causa una situación de cierto caos.

En cualquier caso hay que decir a los agoreros que no hay indicio alguno que apunte a que el Sol se encuentre en una situación extraordinaria o anormal y las probabilidades de que una fulguración (con su eyección de masa coronal) golpee la Tierra son las mismas que en cualquier fase de actividad de un ciclo solar. Ocurrió en 1859, 1938, 1960, 1989, entre otros años, y si bien es cierto que somos más vulnerables ante estos eventos por nuestra dependencia global de la electrónica y las comunicaciones, las consecuencias no irán más allá de las derivadas de las cuantiosas pérdidas económicas que supondría la interrupción temporal del comercio y el suministro de energía.

Por último, y con riesgo de que me tachen de loco excéntrico, termino reivindicando los beneficios asociados a una gran tormenta solar, que desde mi humilde punto de vista compensarían con creces los inconvenientes ocasionados:

  • Podríamos contemplar la aurora boreal sin necesidad de viajar al lejano Norte.
  • Los apagones nos permitirían disfrutar del cielo estrellado desde el centro de la ciudad (aunque mientras tanto nos estén atracando, eso es secundario).
  • Desconectaríamos unos días de internet, lo que siempre es sano.
  • Dejaríamos de recibir noticias de economía durante una buena temporada mientras los especuladores financieros se sacan los ojos al ser incapaces de saber lo que pasa más allá del recibidor de su mansión.
  • Con mucha suerte se podría estrellar un avión repleto de políticos.
  • Con mucha más suerte se podría estrellar un avión con todos los concursantes de Operación Triunfo, Gran Hermano y sucedáneos.
  • Podríamos salir tranquilamente de parranda sin que haya peligro de que un pendejo nos etiquete en una foto y nos ubique en facebook con el GPS del smartphone.
  • Y sobre todo: podríamos mantener animadas conversaciones en el bar con los amigos sin el irritante whatsapp interrumpiendo continuamente.
Por favor, Monstruo de Espagueti Volador, ¡envíanos una buena fulguración cuanto antes!

Comentarios

  1. Guau!!!. Por favor no dejes de deleitarnos con tus entradas. Me has quitado de la boca algunos de los comentarios finales en eso pensamos francamente igual!!.

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    1. Gracias por comentar y por tus ánimos; así da gusto tener un blog. Un abrazo.

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  2. Muy buena explicacion. Comparto contigo los deseos especialmente el quinto. !!

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