El origen de la astrología

Planisferio asirio del siglo VII a.C.
Según el diccionario de la RAE la astrología es el estudio de la posición y del movimiento de los astros, a través de cuya interpretación y observación se pretende conocer y predecir el destino de los hombres y pronosticar los sucesos terrestres. Esta definición ya es suficiente para tener una idea de que se trata de una disciplina muy diferente a la astronomía aunque tengan un origen común. Pero aún así lo que vemos hoy como "astrología" dista bastante de realizar estudio alguno de los astros (ni de su posición ni de su movimiento); de hecho dudo que los autodenominados "astrólogos" sepan reconocer los principales planetas y constelaciones en la noche estrellada. Al fin y al cabo la astrología de capisayo -esa que nos muestra la TDT con profusión- no es más que una pantomima adivinatoria que proporciona al crédulo respuestas vagas y ambiguas con las que fácilmente puede sentirse identificado. Lo mismo podemos decir de la categorización de la humanidad en 12 tipos de personas según el Sol haya estado en tal o cual signo cuando el niño tiene a bien abandonar el confortable útero materno. Si leemos con atención los supuestos rasgos de uno u otro "signo" podemos identificarnos con cualquiera de ellos porque se dan en todos nosotros en mayor o menor medida. Bueno, vale... los "virgo" somos algo raros, lo acepto.

Esta mezcla esotérica tiene sin embargo mucha influencia en la actualidad, muy a pesar de que se supone que todos tenemos un mínimo de formación científica y fácil acceso a ella. Lo que demuestra que una gran cantidad de información en nuestras manos, sin un mínimo de capacidad crítica para seleccionarla, no nos convierte en personas informadas sino infoxicadas, término no recogido en diccionario alguno pero que define muy bien un estado mental generalizado consistente en un gazpacho de ideas resultado de lecturas parciales y de hacer propio todo lo que nos escupen los medios de comunicación. En cualquier caso el  principal fin de estos medios es fomentar el consumo de lo que sea, y para ello da igual si el comediante debe ponerse una túnica satinada o una bata blanca para decirnos que las micro-cagarrutas fotónicas de tal o cual detergente dejan la ropa como si hubiera sido sometida a una dosis mortal de radiación gamma. La astrología actual, como muchas otras falsas ciencias, intenta a veces ponerse la bata blanca encima del capisayo para proporcionar un supuesto fundamento científico, tan débil que podría ser desmontado por un alumno de secundaria con una ecuación (es el caso del manido y absurdo argumento de la influencia gravitatoria de los planetas sobre los humanos). 

Pero aunque hoy sea poco más que un lucrativo negocio para algunos -y una fuente de ilusiones vanas para otros- lo que llamamos astrología no está exento de una interesante historia cuyo origen se pierde en las primeras civilizaciones urbanas de Mesopotamia, y que surgió como un intento de explicar el mundo a través de la observación minuciosa del cielo en su marco mítico y religioso. El astrólogo de esa época era un sabio que observaba meticulosamente y seguía el movimiento de los astros, especialmente del Sol, la Luna y los planetas, para realizar una interpretación de lo que acontecía (o que estaba por acontecer), considerando que lo que ocurría en el cielo eran señales o mensajes de los dioses sobre lo que podía acaecer el la tierra. Su labor tenía un componente observacional y otro mágico-religioso, pero no parece que se preguntara por la naturaleza de los cuerpos celestes ni por el motivo de su movimiento o su distancia, de modo que sería osado hablar de una parte "científica" en la acepción actual de este término.
   
Estela de la época de Nabucodonosor I (1.100 a.C.). En las dos filas inferiores se puede ver un hombre-escorpión, guardián del inframundo (Sagitario) y un escorpión (Escorpio). En la parte superior los símbolos de Sin, Shamash e Ishtar (Nanna, Utu e Innana para los sumerios; Luna, Sol y Venus). 

Mesopotamia es la tierra entre los ríos Tigris y Eúfrates, cuna de las primeras civilizaciones urbanas como la  sumeria, la acadia, la babilonia o la asiria. Compartieron una cosmogonía caracterizada por considerar la existencia de una correspondencia directa entre lo que ocurría en la tierra (una bandeja plana flotando en un océano) y los fenómenos observables en el cielo, una gigantesca bóveda residencia de las divinidades. Para ellos todo ocurría de forma predeterminada, y la posición de los astros podía informar de las intenciones de los dioses. Realizaron una observación metódica del cielo que les permitió desarrollar un calendario, identificar los cinco planetas observables a simple vista y sus movimientos, medir la altura de estrellas "fijas" y predecir eclipses.

Su atención se centró en el Sol, la Luna y los planetas, y su movimiento en relación a las estrellas fijas por la circunferencia imaginaria que hoy llamamos eclíptica. Tres de estos astros se correspondían con sus principales deidades: Sin (o Nanna), dios masculino de la Luna, padre de Inanna (Venus), diosa del amor y de la guerra, y de Utu (dios del Sol). El resto de planetas representaban al rey, Nebiru (Júpiter); a los poderes hostiles, Salbatanu (Marte); al orden, Gena (Saturno) y al heredero, Gud (Mercurio) (*). A la hora de emprender una batalla o algo importante el rey acudía a los oráculos, que debían transmitir si esa acción estaría o no respaldada por los dioses, algo que hacían con el "asesoramiento" de astrólogos que se encargaban de captar en el cielo las intenciones divinas. El poder que ejercían los sacerdotes y astrólogos sería enorme, pues igual que podían animar a iniciar una guerra podían inspirar un miedo atroz (por ejemplo con la predicción de un eclipse). Por tanto podemos deducir que el beneplácito de los dioses podía variar según la simpatía del rey hacia sus intereses. Innana -Ishtar para los babilonios- era la diosa más destacada por estar bajo su jurisdicción asuntos tan importantes como el amor y la guerra, y tenía un gran número de profetisas que "consultaban" periódicamente al oráculo para orientar sobre alguna cuestión. El oráculo más famoso de Babilonia era el de Ishtar en Arbela, cerca de Nínive, que llegó a ser tan célebre e influyente como el de Amón en Siwa.

Las tablas Mul-Apin recogen un catálogo de estrellas e información de constelaciones, los planetas y sus ciclos.

También era de importancia conocer las señales divinas en el cielo en el momento del nacimiento, pues podían informar de los acontecimientos más destacados en la vida de esa persona, especialmente si se trataba de un pez gordo. Cuenta Sexto Empírico de los antiguos babilonios que, si el nacimiento tenía lugar de noche, el astrólogo era avisado por el sonido de un gong golpeado por su ayudante desde la terraza de la casa donde ocurría el alumbramiento; entonces tomaba buena nota de lo que observaba, no sólo de la posición de los planetas respecto a las estrellas sino de cualquier estrella fugaz o evento que podría significar alguna faceta o suceso extraordinario en la vida futura del recién nacido, elaborando lo se conoce como un "horóscopo". Incluso los fenómenos meteorológicos se tenían en cuenta como señales divinas. A la inversa, se podía estimar el momento más propicio -dioses mediante- para un nacimiento, una batalla o cualquier empresa. Un acontecimiento tal como la aparición de una estrella nueva o una conjunción peculiar podría indicar un suceso extraordinario o el nacimiento de un rey. Por otro lado, un impredecible cometa en el cielo podía ser interpretado como un augurio bueno o malo dependiendo de su forma, dirección, trayectoria o el tiempo que permanecía visible. A los reyes no les ponían de buen humor los cometas porque solían significar su inminente muerte y el ascenso de un monarca nuevo, lo que se tomaba como una magnífica excusa para afilar puñales en palacio. Aunque se cree que los primeros horóscopos aparecieron bajo el reinado del rey acadio Sargón I (2.300 a.C.), no hay constancia segura hasta mucho después, en el año 410 a.C., cuando Mesopotamia estaba bajo el dominio persa.

Los adivinos babilonios practicaron también un método peculiar consistente en el estudio del hígado de una oveja sacrificada. La medicina de su tiempo consideraba que la vida estaba concentrada en el hígado y se creía que esta víscera actuaba como una especie de canal entre lo humano y lo divino, de modo que su estudio podía aportar información análoga a la del mapa celeste con la ventaja añadida de poder realizarse en cualquier momento. Normalmente el augur proporcionaba con este método respuestas afirmativas o negativas a preguntas concretas (al estilo de la bruja Lola con las cartas pero más "gore"). Como no todo el mundo podía permitirse sacrificar una oveja cada vez que deseara un pronóstico exprés, también se utilizaban reproducciones de hígados en arcilla mucho más asequibles aunque no sabemos si más fiables (**).

Modelo de hígado de oveja en arcilla para fines adivinatorios (1.900 a.C.)

La observación de los astros y la necesidad de precisión incentivó el desarrollo de unas matemáticas basadas principalmente en un sistema numérico sexagesimal, cuyo origen puede estar precisamente en el cómputo del tiempo y la observación de la bóveda celeste. El día lo dividían en 12 horas dobles (24 en total), así como el año de su calendario estaba formado por 12 meses lunares al que añadían uno adicional cuando era necesario compensar la desviación con el año solar. La eclíptica (la circunferencia celeste por la que aparentemente se mueven el Sol y los planetas) la dividieron también en los 12 sectores que dieron lugar  bastante más tarde a los signos y constelaciones zodiacales que han llegado a nuestros días con diversas variaciones.

El nombre y disposición de algunas constelaciones actuales ya lo encontramos en Mesopotamia, aunque nos hayan llegado bajo la interpretación de la mitología griega. Para los sumerios Tauro era "el Toro Celeste", Orión el "Verdadero Pastor Celeste", Perseo "el Antepasado", Géminis "los Grandes Gemelos", Cáncer "el Cangrejo", Leo "el León", Virgo "el Surco de la Siembra", Libra "la Balanza", Escorpio "el Escorpión", Sagitario "el Arquero", Capricornio "la Cabra-Pez", Acuario "el Gigante" y Aries "el Campesino". Algunas coinciden completamente con nuestra iconografía (Tauro, Leo, Géminis, Cáncer, Libra, Escorpio y Capricornio) y en otras han dejado alguna huella, como es el caso de Virgo, que hoy se representa como una virgen sujetando un manojo de espigas de trigo, y cuya estrella principal se llama precisamente Spica (espiga). Sagitario es otro caso particular: la mitología mesopotámica lo representa como un ser mitad hombre y mitad escorpión tensando un arco, y la griega cambia este ser fabuloso por un centauro (mitad hombre, mitad caballo).

La astrología "moderna" se fundamenta en estos sistemas mágicos y adivinatorios de hace unos 4.000 años. Y aunque creamos en supuestas fuerzas místicas que hacen que la disposición de los cuerpos del Sistema Solar respecto a las estrellas en un momento dado condicione el carácter de una persona, el éxito de un proyecto o si padecerá o no almorranas en un futuro, resulta que todo el sistema actual de signos zodiacales estaría desfasado 4.000 años, al no tener nuestros astrólogos en cuenta la precesión de los equinoccios causada por el movimiento del eje de rotación terrestre, que en todo ese tiempo ha hecho que la división en signos zodiacales no coincida en absoluto con las zonas del cielo originarias, las constelaciones zodiacales. Un "virgo" se supone que lo es porque el Sol estaba en el signo de Virgo en el momento de su nacimiento, aunque realmente el Sol se encontrara en la constelación de Leo. Pero en cualquier caso signos y constelaciones son hoy cosas completamente diferentes aunque compartan nombre y origen, así como ocurre con astrología y astronomía.

La idea de que todo lo que acontece en el mundo está predeterminado por las divinidades, y que la interpretación del cielo puede dar una idea de los acontecimientos que están por llegar o del humor de los dioses hacia determinada empresa, está muy extendida y ha estado presente en las más diversas civilizaciones. Algunos esgrimen esto como "prueba" de la validez de estos sistemas, pero más bien responde a que forma parte de una cosmogonía primitiva común que luego fue derivando en sistemas religiosos más complejos. La búsqueda de la causa de fenómenos naturales en leyes dictadas por seres sobrenaturales es la esencia de todas las religiones, incluidas las monoteístas. A lo largo de los siglos se han encontrado explicaciones que prescindían de seres imaginarios como última causa de determinados fenómenos, y sobre todo con  la recuperación del pensamiento de algunos filósofos griegos y el desarrollo de la ciencia a partir del siglo XVI, con disciplinas separadas de los sistemas mítico-religiosos y con una metodología basada en la razón y la observación del entorno, se ha ido construyendo una idea más o menos aproximada del mundo que nos rodea y de su funcionamiento. Naturalmente siempre quedará ese rincón irracional que a veces preferimos mantener a oscuras para justificar las frustraciones humanas, para sacudirnos la responsabilidad de nuestros actos y sus consecuencias, o dejar las riendas de nuestras vidas en las manos de gobernantes Dei gratia o fuerzas cósmicas a las que -de existir- les importaríamos un comino.

Notas:

(*) Los mitos y dioses mesopotámicos tuvieron su origen en las ciudades-estado sumerias y se transmitieron a lo largo del tiempo a otros pueblos cambiando la denominación o la importancia de unos dioses sobre otros y generando un panteón bastante complejo al igual que ocurre en el caso egipcio. 
(**) Esta es una idea que tendría mucho éxito en la televisión, pues los adivinos actuales resultan ya bastante aburridos. ¿Se imaginan una pitonisa con bata de carnicero ensangrentada y haciendo una hepatoscopia para responder a la llamada de una señora que piensa que su marido le pone los cuernos? No duden que si algún productor lee estas palabras no tardaremos en verlo. 

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