Los marcianos

Como ya comentábamos en un artículo anterior, la idea de la exclusividad de la vida en la Tierra hace mucho tiempo que fue cuestionada. Toda aquella cultura que ha intuido la vastedad del Cosmos se ha inclinado a pensar que no puede ser algo único, y en el siglo XXI la gran expansión de nuestros horizontes cosmológicos (facilitada por el avance de la ciencia) no ha hecho más que afianzar esta convicción. Si nos damos un chapuzón en el océano de información que constituye internet podremos comprobar que existen creencias dispares sobre esta cuestión. Por un lado, en el ámbito científico, se admite que hay posibilidades (unos son más optimistas que otros); y por otro, en el campo de la pseudociencia algunos creen que la Tierra es una especie de supermercado galáctico al que vienen todos los días y a todas horas extraterrestres del más diverso pelaje. Independientemente de nuestro escepticismo, no cabe duda de que resulta gratificante sumergirse en la lectura de relatos de ciencia-ficción donde los protagonistas más habituales suelen ser los "marcianos", término que se refiere a los nativos de nuestro vecino planeta rojo pero que al final se ha hecho extensible a toda criatura imaginada de más allá de la estratosfera, inclusive algunos humanos.

Si indagamos sobre el origen de todo este jaleo de marcianitos, llegamos inevitablemente a la famosa novela "La Guerra de los Mundos" -de H.G. Wells- que se publicó en 1897. Más conocida aún es la versión radiofónica de Orson Welles, transmitida por la CBS en octubre de 1938 (cuando en Europa estaban las cosas caldeadas) y que sumió en el pánico a la costa Este de los Estados Unidos. Aquí empezó la mala fama de los pobres marcianos, que encima no pudieron librarse del sambenito de comunistas por proceder de un planeta rojo. Pero esta historia viene de un poco más atrás, de la mano de un astrónomo italiano, de la errónea traducción al inglés de sus apuntes y de la imaginación desbordada de un ex-diplomático estadounidense.
 

Schiaparelli

Marte es un planeta pequeño cuya distancia a la Tierra puede variar enormemente. En 1877 se situó a tan sólo unos 64 millones de kilómetros en el transcurso de una oposición favorable, lo que permitió un estudio más detallado de su superficie al presentarse con un diámetro aparente mayor. Entre los astrónomos que lo estudiaron estaba Giovanni Virginio Schiaparelli, que con uno de los telescopios más potentes de la época fue descubriendo estructuras rectilíneas de miles de kilómetros que aparentemente unían zonas más oscuras del planeta. Para designar a estas estructuras utilizó el término "canali" (canales), pero se abstuvo de elucubrar sobre su origen o naturaleza. Posteriormente sus artículos fueron traducidos al inglés, pero utilizando la palabra "canals" -que implica un origen artificial- en lugar de "channels". De esta forma, al margen de la opinión de Schiaparelli, se popularizó la idea de que en Marte existían canales de origen artificial.

Mapa de Marte realizado por Schiaparelli

Percival Lowell

El impulso decisivo a la iconografía de los marcianos vino dado por Percival Lowell, un ex-diplomático millonario que se aficionó a la Astronomía. Como no le faltaban dólares fundó un observatorio en Flagstaff (Arizona), célebre todavía en la actualidad y uno de los más avanzados de su época. Conocedor de las investigaciones de Schiaparelli observó la superficie de Marte y confirmó las observaciones del italiano. Y no se quedó ahí, sino que dibujó detallados mapas en los que representó un complejo reticulado de "canales" que conectaban zonas redondeadas y oscuras, que denominó "oasis". En 1895 publicó su peculiar -e imaginativa- teoría para explicar lo observado: Marte era un antiguo planeta en vías de desertización, habitado por seres inteligentes que luchaban por sobrevivir transportando la poca agua que quedaba de los polos a las zonas agrícolas (las áreas más oscuras) y las ciudades (los "oasis") a través de las grandes obras de ingeniería que debían ser los "canales". A partir de aquí Marte se convierte en un mundo cercano y misterioso, separado de nosotros por un abismo infranqueable (aunque puede que no para "ellos"), una especie de "anti-Tierra" cuyos habitantes superiores bien podrían civilizarnos o destruirnos. Dos años más tarde vio la luz la mencionada novela "La Guerra de los Mundos", posiblemente inspirada por la teoría de Lowell, en la que esta agonizante civilización decide hacernos una visita nada amistosa. 

Marte visto por Lowell

Portada de la novela "La Guerra de los Mundos"

Otro autor pionero en el mundo de los marcianos fue Edgar Rice Burroughs (el creador de Tarzán), que inició su carrera literaria en 1912 con un ciclo de fantasía  ambientado en un Marte habitado por princesas, guerreros, criaturas de todos los colores y surcado por canales, naturalmente, en el que el protagonista -John Carter- va descubriendo la compleja naturaleza y sociedad de Barsoom. Fue en la primera entrega de esta serie ("Una Princesa de Marte") cuando se hace mención a "los hombres y mujeres verdes de Marte", la que sería característica diferencial de la imagen marciana.

Pero el estereotipo de marciano invasor se consolidó posteriormente en las décadas de los 40 y 50, cuando se configuró el mapa de la Guerra Fría y los soviéticos pasaron de ser unos aliados a convertirse en el enemigo invisible cuyos tentáculos pretendían adueñarse del "mundo libre" a través del comunismo. Era la época de la paranoia y la caza de brujas, y esto se reflejó en la pujante industria cinematográfica a través de multitud de películas que trataban más o menos directamente estos temores. Además los ensayos secretos con prototipos de aeronaves tanto en EEUU como en la URSS alimentaron el fenómeno de los OVNI, en lo que muchos creían ver los platillos volantes procedentes de Marte. Fueron unos años prolíficos para las producciones de ciencia-ficción de serie B en las que los marcianos, caracterizados por ser una sociedad tipo hormiguero, eficientes y sin sentimientos, se introducían poco a poco en la sociedad de modo silencioso suplantando a la gente de bien, con el único objetivo de destruir el mundo libre ("Invasores de Marte" es un buen ejemplo de ello). Exactamente como los gobernantes estadounidenses querían que la sociedad viera al comunismo. Y les fue bien, porque entre cazas de brujas, propaganda e infiltrados se fueron cargando marcianos comunistas hasta convertir los sindicatos en algo casi de museo.

John Carter de Marte

Cartel de la película "Invasores de Marte"

Aunque tenemos que señalar que la idea del marciano comunista se le ocurrió precisamente a un colaborador de Lenin antes de la revolución rusa. Alexander Bogdánov fue un personaje singular: médico, filósofo, erudito, científico un tanto excéntrico y escritor. Una de sus novelas de ciencia-ficción fue "Estrella Roja" (publicada en 1908), en la que sitúa a una sociedad comunista ideal (según sus teorías filosóficas) habitando Marte. En esta obra el protagonista es transportado por un marciano con el objetivo de mostrarle su sociedad y Bogdánov sitúa en su utopía social predicciones casi proféticas sobre desarrollos científicos y sociales. Pudo servir de inspiración en algunos puntos para la película soviética de 1924 "Aelita". Al contrario que en la Guerra de los Mundos, Marte -la anti-Tierra-, es aquí fuente de civilización. Y de comunismo, ¡vade retro!

Portada de la edición en castellano de "Estrella Roja"

Fotograma de la serie "Crónicas Marcianas", basada en la novela de Ray Bradbury

Casi medio siglo después, la teoría de la civilización marciana agonizante de Lowell, sumada a la creciente amenaza de holocausto nuclear, fueron los ingredientes principales de la novela de Ray Bradbury "Crónicas Marcianas", publicada en 1950. En esta novela imprescindible de la ciencia-ficción se narra la historia de la colonización de Marte -la Tierra se convierte en invasora- y del encuentro con una civilización casi extinta en la que los marcianos no son tan diferentes de unos humanos al borde de la autodestrucción atómica que ven en Marte la esperanza de una nueva oportunidad. Una distopía que muestra un lado oscuro del ser humano muy presente en la época de Bradbury (y en la actual): la guerra, el impulso autodestructivo, la paranoia frente a lo desconocido y el racismo.

El progreso científico arrojó muy pronto serias dudas sobre la fantasiosa teoría de Lowell, desmintiendo la existencia de tales canales que son atribuibles a ilusiones ópticas. Poco a poco se fue viendo que Marte tiene un ambiente hostil para la vida, lo que ha sido confirmado desde el momento en que la primera sonda espacial envió datos. Hoy la exploración espacial hace plausible la teoría de que hace millones de años Marte pudo ser relativamente parecido a la Tierra, pero su escaso tamaño y el temprano cese de la actividad volcánica hicieron que perdiera la mayor parte de su atmósfera y cambiaran drásticamente sus condiciones. Por tanto como mucho los científicos esperan encontrar rastros de vida de tipo bacteriano, pues no hubo tiempo para el desarrollo de formas más complejas. 

Pero aún así, el mito de los marcianos sobrevivió trasladándose a otros mundos lejanos conforme se ampliaban los horizontes del Universo conocido, y aún hoy hay incondicionales que juran y perjuran que estamos rodeados de OVNI pilotados por extraterrestres con la dichosa manía de secuestrar pueblerinos (generalmente borrachos) e introducirles sondas por el recto (aunque ya no procedentes de Marte, sino de lejanos planetas, galaxias o incluso de universos paralelos). 

El encuentro con vida inteligente extraterrestre ha pasado de ser un temor a una esperanza, quizá porque la confianza en nuestra capacidad para sobrevivir y lograr esa sociedad utópica de Bogdánov está bajo mínimos y pensamos que necesitamos la ayuda (o tirón de orejas) de unos seres superiores que nos guíen. Por ahora es en la ciencia-ficción donde estos escenarios se plantean, pero lo mismo dentro de cien años nuestros descendientes sonríen al leer ciertas novelas y se maravillan de la capacidad de anticipación de sus autores como nos ocurre a nosotros con Julio Verne. Esperemos que se haga realidad la utopía de Estrella Roja y no la distopía de Fahrenheit 451, aunque con el camino que llevamos albergo serias dudas.

Y si vienen repartiendo leña tampoco nos vendrá mal.


Comentarios

  1. Paco Luis Massey Ferguson19 de febrero de 2012, 21:19

    Lo siento pero esta vez no puedo estar de acuerdo contigo. ¿O es que me vas a decir que la serie V es mentira? ¿Y qué me dices de Yupi y Astraco? ¡Yo los vi y sé que eran reales!

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  2. Reconozco que mis primeros sueños húmedos fueron con Diana, la lagartona de "V", que a pesar de su dieta de roedores mantenía un tipo de toma pan y moja, jamona, jamona...

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