Sagas celestiales (I): La reina presumida, la princesa desdichada y el apuesto caballero andante

Parece que el tiempo nos seguirá deparando nubes y no tendremos noches despejadas en los próximos días, a lo que hay que sumar la cercanía del plenilunio. Doy por hecho que los por ahora escasos lectores de este blog hace tiempo que tiraron su televisor a la basura (bueno, a la basura no... al punto limpio, ¡seamos ecológicos!), hartos de que insulten su inteligencia tanto político, tertuliano, presentador y chafardero. Así que lo mejor será sentarse junto a la lumbre con una copa de mistela y contar alguna que otra historia a algún nieto, hijo o -en su defecto- gato. La luz de un candil o una capuchina será suficiente para esta empresa, y más teniendo en cuenta que al precio que se vende el aceite pronto traerá más cuenta que la bombilla, por muy de ahorro que sea.

Si hay alguien que cree que las constelaciones son algo anodino se equivoca; detrás de ellas hay diferentes historias mitológicas asignadas por las distintas civilizaciones que han estudiado el cielo. Y puesto que los antiguos griegos sentaron los cimientos sobre los que descansa gran parte de la cultura occidental, los nombres que asignamos en el presente a las constelaciones proceden de ellos y se corresponden en la mayoría de los casos con personajes mitológicos de la antigua Grecia.

Los dioses del Olimpo vivían indudablemente bien, sin preocupaciones, enfermedades o sistema financiero. Es cierto que habían tenido sus guerras con los Titanes, pero una vez alcanzada la estabilidad se aburrían mucho, especialmente su líder, Zeus, que no encontraba el modo de perder de vista a Hera, su hermana y legítima esposa. Así que miró hacia abajo y descubrió lo sumamente divertido que sería entrometerse en los asuntos de los mortales. Así se aficionó a las incursiones amorosas más sofisticadas e imaginativas posibles, lo que inevitablemente acarreaba la furia de Hera, que se veía centro de los mentideros del Olimpo. Trece consortes divinas más veintiocho amantes mortales y ninfas le dieron una numerosa prole de más de ochenta descendientes, de los que sólo cuatro eran legítimos.

De todas las historias originadas por las correrías de Zeus quizás la más conocida y con más representanción celestial sea la saga de Perseo.


Dramatis Personae
  • Cefeo: rey de los cefenos, esposo de Casiopea y padre de Andrómeda. Hijo de Belo, rey de Egipto, y nieto de Poseidón. Por mucha ascendencia divina que tenga es un pusilánime y un calzonazos.
  • Casiopea: esposa de Cefeo, madre de Andrómeda y reina de los cefenos. Mujer presumida y con carácter. 
  • Andrómeda: hija de Cefeo y Casiopea. 
  • Poseidón: irascible dios del Mar y las Tormentas, hermano de Zeus. Puede ser muy benigno, pero no se toma muy bien que le lleven la contraria, especialmente cuando pierde el Atlético de Madrid. 
  • Ceto: monstruo marino cuya afición principal es provocar maremotos y arrasar prósperos reinos. 
  • Medusa: señora que cuando se quita los rulos provoca tal espanto que quien la contempla queda convertido en piedra. Aunque se pueden ver personajes parecidos cualquier mañana en la panadería de la esquina, ésta acojona mucho más. Es una de las tres gorgonas, hijas de Tifón y Equidna, hermanas solteras todas ellas. 
  • Acrisio: padre de Dánae y rey de Argos.
  • Dánae: madre  de Perseo.
  • Polidectes: rey de Serifos.
  • Dictis: hermano de Polidectes y padre adoptivo de Perseo.
  • Perseo: uno de los muchos hijos bastardos que el dios Zeus esparce por el mundo (para desesperación de su esposa Hera, que para más cachondeo ostenta el título de diosa del Matrimonio). Esta vez la víctima fue una inocente virgen llamada Dánae, encerrada en una torre por su padre Acrisio para que no tuviera trato con varón. Todo un reto para Zeus, que aunque solía convertirse en algún animal viril y brutote para sus correrías amorosas, esta vez optó por la discreción y la fecundó con una lluvia dorada (de oro quiero decir, claro).
Historia de Perseo

Lo último que podía esperar Dánae esa noche era acabar empapada por un líquido dorado que no podía imaginar de dónde había caído. Tras oler el camisón y respirar aliviada miró al techo de la torre que era su hogar y prisión por voluntad de su temeroso padre y rey de Argos, Acrisio, al que el Oráculo advirtió que sería matado por su futuro nieto. Y a falta de conventos, qué mejor solución para evitar a su hija la coyunda que encerrarla en una torre. El error imperdonable de Acrisio fue olvidar que la lascivia de los dioses no conoce límites (que para eso son dioses), y en especial Zeus se aburría como una ostra; así que no había cosa que más deseara que un reto como una princesa atractiva encerrada en una torre a modo de cinturón de castidad de piedra y mortero.

Poco a poco Dánae fue engordando y no por los suculentos manjares que le eran servidos, sino porque algún espermatozoide travieso de Zeus cumplió su cometido la noche de marras. Cuando parió a Perseo, el recién estrenado abuelo, que vio en el nieto a su verdugo, no se podía explicar cómo había sucedido, y por más que Dánae le contó el fenómeno de la lluvia de oro y la caprichosa voluntad divina, se enfureció, pero no se atrevió a matarlos (el hipotético yerno le inspiraba respeto) y los arrojó a los brazos del mar en un cofre de madera. Lo que Dánae no imaginaba mientras luchaba por no ahogarse es que más adelante una historia muy parecida (e incluso más increíble) originaría una religión seguida por millones de fieles (ironías de la vida). 

Zeus, que no era indiferente al destino que le esperaba a uno de sus hijos, pidió a Poseidón que le echara un cable y calmara el mar, y como entre los dioses también tienen sus deudas y favores, accedió. Al final el cofre de madera llegó sano y salvo a la isla de Serifos, donde el hermano del rey Polidectes, Dictis, los recogió y se convirtió en el padre adoptivo de Perseo. 

Pasaron los años, Perseo creció y se convirtió en un fornido mozalbete (como no podía ser de otro modo al llevar los genes divinos), pero no fueron felices ni comieron perdices. El rey Polidectes se enamoró perdidamente de Dánae, y pensó que el muchacho iba a ser un estorbo. Así que elaboró un regio y sesudo plan: hizo creer a todo el mundo que pretendía a la princesa Hipodamía, y pidió que le entregara cada súbdito un caballo como presente para enviar a la princesa (se conoce que las arcas reales andaban algo raquíticas y Polidectes inauguró una tradición que perdura en nuestros días entre la clase dirigente: hacerse generosos obsequios a costa de los contribuyentes). Perseo no tenía caballo para ofrecer, y no se le ocurrió mejor idea que prometerle la cabeza de Medusa. El rey, estupefacto por la estúpida osadía de Perseo, aceptó gustoso pensando que jamás volvería. Y no era para menos: cualquiera que contemplara a Medusa acababa convertido en piedra, y además tendría que vérselas con sus dos hermanas, Esteno y Euríale, las dos con muy malas pulgas.

Pero para algo están los padres, y Zeus (ante la inminente perdición del suicida de su bastardo) volvió a intervenir hablando con Atenea y Hermes para recordarles "ese favorcillo que me debéis por colocar a vuestros cuñados en la Junta". Ante tan poderosos argumentos, Hermes le dio una hoz de acero con la que cortar la cabeza de la gorgona y Atenea un brillante y reluciente escudo, además de sabios consejos. Una vez Perseo pertrechado con los regalos fue en busca de la residencia de las gorgonas, pero se encontró con un problema: nadie sabía dónde vivían las tres arpías salvo las Grayas, tres ancianas que compartían el mismo ojo y el mismo diente que se tenían que pasar de una a otra. Perseo las localizó y les quitó el ojo y el diente para conseguir la información que deseaba a cambio de devolvérselo. Con una dirección anotada (C/ Quinto Pino, 13. Urbanización Abismos del Fin del Mundo), y muchas ganas, Perseo fue a hacer una visita a tan respetables solteras. De camino se encontró con las Náyades, unas ninfas muy generosas de las que consiguió, no sabemos si también por mediación de su papa, un zurrón mágico, el casco de Hades (que hace invisible) y unas sandalias aladas. De este modo fue volando (literalmente) a la residencia de las gorgonas.

Era la hora del té cuando Medusa, Esteno y Euríale sintieron que algo entraba volando por la azotea. Si Perseo no hubiera llevado el casco se hubieran quedado prendadas con mozalbete tan gallardo, pero su intención no era precisamente tirarle los tejos a la menos fea de las hermanas. Usando el escudo como espejo para no quedar petrificado, divisó a Medusa y sin mediar palabra la decapitó e introdujo esa cabeza de pelo rebelde en el zurrón. Esteno y Euríale lo persiguieron en vano y Perseo logró escapar mientras las enfurecidas hermanas le gritaban: "¡al menos danos tu teléfono!" De la sangre de Medusa nació Pegaso y el gigante Crisaor.

Y en estas que regresaba Perseo triunfante a Serifos, cuando sobrevolando tierras extranjeras divisó... ¡oh cielos!, ¡una bella dama en apuros!... ¡y como su madre la trajo al mundo!

Andrómeda, la desdichada princesa

Había una vez un reino próspero y feliz llamado de los cefenos (unos dicen que estaba en Etiopía, otros que en Mesopotamia y otros que en Palestina). En este reino la corona descansaba sobre la testa de Cefeo, un monarca de carácter débil y tranquilo, pero el cetro de mando lo tenía Casiopea, mujer impetuosa, dominante y presumida. Más o menos como nuestro borbónico Carlos IV y su señora (que podría ser la versión borde de Casiopea).

Casiopea si de algo estaba orgullosa era de su belleza; pero no se limitaba a mirarse al espejo y autocomplacerse con su perfecto cuerpo, sino que lo demostraba allá donde podía y se enzarzaba en discusiones sobre quién era la más guapa. Al ser la reina, todos le daban la razón (como para no hacerlo), pero había una persona que no la tragaba: el abuelo de su marido, el mismísimo Poseidón. La gota que colmó la escasa paciencia del dios de las profundidades oceánicas fue que Casiopea osara afirmar que era más bella que las Nereidas, las ninfas del mar. Y no es de extrañar, pues una de ellas, Anfítrite, era la esposa de Poseidón. ¡Y hasta aquí podíamos llegar!; tócale a Poseidón el tridente, pero ofender a su señora y cuñadas... ¡eso ni hablar!

Poseidón pilló tal enfado que no se conformó con negarle la palabra a mujer tan vanidosa, o enviarle una oportuna tormenta que la pillara recién salida de la peluquería. No, eso se queda corto para un dios; su cabreo fue tal que decidió enviar a Ceto a castigar el reino de Casiopea. Esta criatura era un monstruo gigantesco, materialización de todos los terrores del mar, con un apetito insaciable por arrasar reinos y dejarlos hechos unos zorros. Poseidón quería zanjar la discusión de una vez por todas.

Enterada Casiopea de las intenciones del malhumorado abuelo, se descompuso de miedo. Una vez cambiada de refajo y nuevamente perfumada, cogió a su marido de la oreja y fueron a visitar al Oráculo. Casiopea le preguntó:
-Oh, Oráculo, ¿qué podemos hacer para salvar nuestro reino de la ira de Poseidón, y de paso mi pellejo?.... bueno, y el pellejo de éste -dijo, señalando a Cefeo.
-Sólo hay un modo de calmar la ira de Poseidón y el apetito de Ceto -contestó el Oráculo- y es entregando a vuestra bellísima hija Andrómeda a sus fauces a modo de sacrificio.
-¿A nuestra hija?... cariño ¿pero tenemos una hija? -preguntó en voz baja a su marido.
-Debéis encadenarla desnuda al acantilado en un lugar bien visible -añadió el Oráculo.
-Pero... ¿es necesario que esté desnuda? -preguntó tímidamente Cefeo- ¿no va a sufrir ya bastante humillación?
-Es im-pres-cin-di-ble que esté desnuda, porque... este... ¡así llamará la atención del monstruo! eso es, ¡ejem!... ¡el Oráculo ha hablado! en la puerta hay un ánfora para que echéis "la voluntad".

Y en menos de un minuto la pobre Andrómeda, hija de Cefeo y Casiopea y princesa de los cefenos, se vio encadenada desnuda (tal y como les había indicado el Oráculo) en un acantilado que se divisaba desde bien lejos. Pero antes de que apreciera Ceto, bajó del cielo un joven en pelotas con casco, un zurrón y sandalias con alitas, sin duda atraido por el olor... del peligro.

Perseo se presentó de esta guisa y tras alabar la incomparable belleza de... los ojos de Andrómeda, le preguntó por el motivo que la había llevado a tan terribles circunstancias. Andrómeda le contó la historia que ya sabemos, y Perseo, excitado por... la perspectiva de una nueva aventura, mostró su dura y curvada... hoz mágica para vencer al monstruo. No tuvo que esperar mucho (por fortuna para el mantenimento de la castidad y decoro de esta historia). 

Ceto se parecía a una ballena o serpiente de enorme tamaño, con interminables anillos de escamas impenetrables. No obstante, su cabeza se asemejaba más a la de un perro de caza, y dos inmensos colmillos de marfil similares a los de una morsa se proyectaban desde sus fauces. Aunque no poseía extremidades, un par de adornadas aletas membranosas se agitaban a lo largo de su extenso y blindado pecho; pero lo más espectacular era la cresta brillante y de color rojo sangre colocada en la corona de su cráneo como un banderín encendido, cuyo movimiento giratorio cuando se sumergía bajo el agua había cedido la ilusión de una sombra carmesí y un vórtice escarlata durante su descenso. Sus ojos relucían exultantes y entre sus llamas de fuego frío turquesa, el reflejo de la princesa gritando mientras luchaba por escapar de sus cadenas: "Perseo, mi apuesto héroe... ¡deja de mirarme y haz algo!"

Y así, Perseo recordó la cabeza de Medusa, la fabulosa arma que llevaba a su rey Polidectes en el zurrón,  que podría haber utilizado para convertir en piedra al monstruo en varios segundos. Pero hubiera sido demasiado fácil (y poco varonil para Andrómeda), por tanto sacó la hoz mágica y la emprendió a pinchazos. Un humano en celo puede ser verdaderamente peligroso, y tras horas de brutal lucha Ceto fue derrotado por el brazo de Perseo y acabó en las profundidades de donde había salido. 

Y ahora sí, sin tapujos ni rodeos, Perseo desencadenó a Andrómeda y la rodeó con sus brazos, y allí mismo, bajo las primeras luces de la mañana, hicieron... le propuso santo matrimonio.

Final

"¡Hija mía! ¡qué bien que estés sana! mira que yo le dije a tu padre que no, que antes prefería ver el reino arrasado que a ti en las fauces de esa criatura, pero es que este hombre es muy cabezón... Bueno, veo que hasta vienes con un buen partido, ¡de sangre real y todo! Pelillos a la mar, hija mía, que yo os pago la boda a todo lo grande. Ahora, que de mariscos nada no vayamos a indignar a Poseidón".

Y así se celebró la "boda del año" en el reino de los cefenos, en la que Casiopea por fin aceptó que era ligeramente menos atractiva que las Nereidas, pero sólo ligeramente.

Una vez transcurridos los fastos nupciales, Perseo y Andrómeda regresaron a Serifos donde se encontraron una situación nada agradable: el rey Polidectes no dejaba de acosar a su madre Dánae, y ésta se había refugiado en un templo con Dictis. Enfurecido Perseo al descubrir el engaño, se presentó ante la corte y les mostró su especial regalo: la cabeza de Medusa. De este modo el salón del trono pasó a tener una nueva colección de estatuas de expresión estúpida, y Dictis y Dánae se convirtieron en los reyes de Serifos.

Resuelto este asunto, Perseo decidió que había llegado el momento de devolver los objetos mágicos, y la cabeza de Medusa se la regaló a Atenea. Enterado de su verdadero origen decidió viajar a su tierra natal, Argos, para conocer a su abuelo materno el rey Acrisio. El caso es que Perseo no llevaba intenciones aviesas, pero al final mató accidentalmente a su abuelo en unos juegos, cumpliéndose la profecía.

Perseo y Andrómeda tuvieron seis hijos (Perses, Alceo, Heleo, Méstor, Esténelo y Electrión) y una hija (Gorgófone).

Zeus volvió a las andadas dos generaciones después, y tuvo otro hijo con Alcmena, hija de Electrión y nieta de Perseo, al que pusieron de nombre Heracles (más conocido por Hércules), dándose el peculiar caso de ser a la vez su padre y su tatarabuelo. Aunque esta vez a Hera se le hinchó el moño y no se lo puso nada fácil al nene. Pero esa es otra historia.

Constelaciones

De este culebrón, Cefeo, Casiopea, Andrómeda, Perseo, Pegaso y Ceto tienen un hueco en el cielo. También Hércules, hijo y a la vez tataranieto de Zeus, aunque este personaje no está directamente relacionado con la saga.

Cefeo, Casiopea y Perseo, tal y como se verían en noviembre sobre las 22:00 mirando al NE casi al cénit

Cefeo y Casiopea son dos constelaciones circumpolares que se pueden ver en todo momento sobre el horizonte, pues en su movimiento aparente alrededor del Polo Norte Celeste nunca llegan a ocultarse. Respecto a Polaris se encuentran en la zona opuesta al Gran Carro. Casiopea es de las constelaciones más fáciles de reconocer porque sus estrellas principales forman un característica M o W, según como se miren. Cefeo es una zona con estrellas relativamente débiles y se encuentra al oeste de Casiopea limitando con la Osa Menor.

Casiopea, Perseo, Andrómeda y Pegaso, mirando al cénit en la primera mitad de la noche de noviembre

Perseo limita con Casiopea y ambos se encuentran en una zona de la Vía Láctea rica en estrellas y cúmulos abiertos, como el famoso Doble Cúmulo de Perseo. También es muy conocida esta contelación porque da nombre a una de las lluvias de estrellas más famosas, las Perseidas (o Lágrimas de San Lorenzo), cuyo radiante se encuentra en esta zona del cielo. Pegaso y Andrómeda ocupan en otoño la región cenital del cielo (en la primera mitad de la noche) y para reconocerlas deberemos buscar el gran cuadrilátero que forman Scheat, Markab, Algenib y Alpheratz (ver artículo anterior).

Constelación de Cetus (La Ballena), mirando al SE en la primera mitad de la noche en noviembre

Por último, Cetus (o la Ballena) es una constelación bastante extensa que se puede observar muy bien en los meses de otoño al situarse alta sobre el horizonte.

Comentarios

  1. Pasión de Gavilanes9 de noviembre de 2011, 8:17

    Impresionante relato venezolano. ¿Y Zeus no tiene una constelación, con lo artista que era? ¿Y cómo lo hizo para que Hera no le diera con el rodillo de amasar una noche cualquiera? ¡Queremos saber!

    Pa Zeus:

    http://www.youtube.com/watch?v=bVGfQq_i49U

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  2. Próximamente en Sagas Celestiales: la historia de cómo Zeus se cuela en la alcoba de Alcmena, su bisnieta, y vuelve a liarla. Pero esta vez Hera no se quedará de brazos cruzados.

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  3. Como si fuera usted un Dj le pido con toda mi cara que me ponga la de Las Pléyades y la de Orión. Esperaré a que suenen todas las historias del pringao de Heracles, ¡pero acuérdese de mi petición! Gracias.

    ¡Ah, ah! La mayoría de los seres feos y terribles se situaban al sur de Iberia. A los griegos siempre les pareció que estábamos muy lejos y que en el confín del mundo no podía haber nada bueno...

    ¡Un saludo!

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  4. El salvaje sureste ibérico10 de noviembre de 2011, 7:47

    Aquí abajo no sólo no hay nada bueno sino que además somos pérfidos y MAAAAALOOOOOS... BWAHAHAHAHAHAHAHA!

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  5. Recojo la sugerencia MaritOte. Incluso estoy pensando que ahora que Orión gana protagonismo en el cielo merece la pena adelantar su historia.

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